-¡No
pregunte por quién suenan las campanas pues suenan por vos!
Dijo la
Muerte antes de rebanarle el pescuezo a un dado que sólo sacaba unos.
¿Quién
querría un dado así? Nadie. Nadie de nadie. Ni una sola persona. Pero… ¿nadie
nadie? Nadie. Por Dios, nadie. No hay cosa más inútil que un dado que sólo saca
unos. Un taburete a lo Duchamp al menos no te engaña, ya ves que no te puedes
sentar en eso, ¿pero un dado que sólo saca unos? Además de inútil burlón.
Frustrante. Estúpido. Absurdo.
Además de no
servir para nada hace que todo aquel que lo use se sienta gafado, estafado por
el destino. Sienta que es tan inútil como un dado que sólo saca unos. ¡Maldito
dado! ¡No vale para nada! ¡Más le valía morirse!
Y eso hizo.
El 18 de
mayo de 1994, el dado que sólo sacaba unos murió.
El resto de
la historia es una nebulosa aburrida, nadie suele querer escucharla. La
historia del dado es la historia que mola, la que de verdad gusta y la que te
deja satisfecho por dentro una vez acaba. ¿Acaso hay algo mejor que ver algo
tan desgraciado perecer?
¿De qué
hablas?
De cuando
nací.
Ah.
¿Puedo
seguir?
Sí, bueno,
claro. ¿Por qué no?
Ahora
prefiero cambiar de tema. ¿Con quién puedo hablar? Con cualquiera que tenga
consciencia y habilidades psicomotrices mínimas para la comunicación escrita,
verbal o a través de signos. Hablé con un paralítico que sólo podía mover los
ojos, para comunicar “Mi abuelo me llevaba a la azotea del Círculo de Bellas
Artes para ver la cabalgata de los Reyes Magos” se tiró diez minutos, pero nos
lo pasamos bien.
¿Sabes esos
momentos donde todo sigue igual pero tú no? No sé si este es uno de esos. No sé
qué sentir, qué siento, qué hacer, qué debería hacer, qué clase de ser soy o si
soy de alguna manera. No sé qué callarme o cuándo, ni si debería callarme, ni
qué decir ni cómo decirlo ni a quién. La vida es muy sencilla pero convivir con
vosotros, malditos seres complicadamente humanos, es un incordio.
Mirar por la
ventana, mirar por una pantalla, mirar por un retrovisor. Veo siempre las
mismas imágenes y no encuentro qué explorar. Mi barco tiene ruedas y los mares
están vallados. Las maldiciones y las suertes están servidas y confusas, las
miradas diluidas y las sonrisas servidas. Ser un árbol debería estar bien
visto, cumples con todos los protocolos sociales, filosóficos y económicos.
Creo que me voy a plantar en el descampado de enfrente de casa. ¿Por qué no? Es
un buen descampado. Aunque como cualquier otro, supongo.
Quizá el
siglo que viene alguien me riega o se sienta en mi sombra a leer un libro
holográfico o la mierda que tengan en ese tiempo.
Ser un árbol…
¡Piénsalo!
Tienes
silencio, no tienes que ver ni hacer nada, no tienes que hablar con nadie y tus
posibilidades son tan limitadas que no tienes ambiciones más allá de crecer.
Hay un árbol
en el descampado de enfrente de casa, a veces, menos de las que me gustaría,
voy a verlo. Hay una piedra a sus pies y allí me siento. Miro al no mirar y
descanso. Descanso mientras el viento mece el arbolito.
Me gustaría
ser ese arbolito. Es un buen arbolito.
Siempre me
dará rabia que no se puedan apreciar las pausas bien en literatura. Yo ahora he
pausado, respirado, comido un par de cucharadas de leche con cereales, mirado
por la ventana y vuelto a sentarme a seguir escribiendo. Pero quien me lee no
puede sentir esa pausa como quien la siente en una conversación honesta y
salida de las entrañas de un hombre. Pocas conversaciones con pausas tenemos
hoy día, por desgracia. Son las más bonitas.
Para mí lo
son.
Qué vamos a
hacerle.
Voy a ver si
hay más revistas en esta sala de espera porque me aburro una barbaridad