miércoles, 9 de diciembre de 2015

Amor

Vamos directos al grano, el tema lo merece. Amor es una de las palabras más extrañas que tenemos en nuestro idioma. ¿Por qué lo digo? Es una palabra más ambigua que dios, libertad y otros conceptos socio-metafísicos. La usamos para describir lo que sentimos por nuestro amante, nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros vecinos, las actividades que nos gustan, la comida que nos encanta, etc. ¡Es una locura!

Yo amo a mi Dios, amo a mi esposa, amo el salmón, amo el fútbol, amo a mis amigos y amo la cerveza.

Entiendo que hay toda una historia etimológica del término detrás de esto, no he investigado al respecto por falta de tiempo y me gustaría porque la reacción inmediata que tengo ante esto es: ¿Cómo diablos hemos llegado a diluir tanto una de las cosas más importantes de nuestra existencia?

Algunos místicos, otros filósofos, de vez en cuando algún idiota y por qué, un niño inquieto o dos, se preguntan qué es eso de querer. ¿Qué es querer? ¿Por qué designamos “querer” a las cosas inmediatas que queremos, “quiero un pedazo de pizza”, y a las cosas que queremos con amor, “te quiero, mi esposa”? ¡Ya atenderemos a esta cuestión si hay tiempo que con un lío semántico tenemos más que suficiente!

Como estos tarados mencionados antes, yo también me he preguntado qué es eso del amor. ¿Cómo se quiere a alguien? ¿De verdad queremos a alguien? ¿Qué se siente? ¿Qué diferencias hay?

Me parecen cuestiones de peso y de gran importancia, más que eso, de gran relevancia en mi vida y no quise tomarlas a la ligera por lo que las ataqué con puño de hierro. Me metí de lleno en mis sentimientos y los destripé por entero para sacar la realidad de la cuestión, no quedarme a medias tintas, no, someterlos a grandes torturas para comprobar la veracidad y supervivencia de estos sentimientos. ¡Y saqué gratas conclusiones!

Verán, resultó que apenas he querido a tres personas en mi vida. Y aun así esto es una mentira, pero dicho así se adecúa a lo que todo el mundo entiende por querer. Porque he querido a una persona, a un sueño y a la idea que he tenido de una persona. El querer a una segunda persona está en trámites aún, esto lleva su tiempo, como un buen acero, el amor hay que templarlo y comprobar si pasa la barrera del tiempo.

¡Estoy hablando de un montón de cosas que usted, lector, no comparte conmigo porque aún no le he explicado! Así que mejor escribiré, desde este conocimiento de unos pocos años de introspección, sobre el amor que los monjes tienen por Dios, el Dios cristiano este es. Cómo entenderlo, cómo entender qué es querer a una idea.

¡Bueno! Para empezar hay que entender a la idea que uno quiere querer. A través de estudios que realicé hace unos años sobre textos escritos por priores, monjes y otras entidades eclesiásticas altamente lúcidas en cuanto a teología entendí lo mismo que entendí al estudiar hinduismo y budismo. ¿Qué es eso de Dios? ¿No es un señor con barba? No, no especialmente. No es un algo. No es un alguien. No habla, al menos con palabras. No es el cielo y no es el sol. Dios, por lo que he podido estudiar y sentir, es todo lo que nos rodea. Es la existencia, es la magia de la realidad. Es la red tras la que se tiende todo. Dios es la casualidad, la causalidad y la consecuencia. No es un ente que quiera cosas, cómo en la misma Biblia dice, Yo soy el que Soy. Y no hay mejor manera de explicarlo.

Una vez entendemos esta idea, con este parrafillo no da para entenderla pero al menos creo que despeja unas cosas, pasamos a la parte complicada. ¿Cómo querer a una idea?

Creo que la mejor respuesta a esta pregunta es sintiéndola. Una vez sientes, al comprender, va todo a la par, una vez sientes todo esto, una vez sientes que toda la realidad está conectada y es una sola cosa, cuando entiendes que vamos y venimos, cuando comprendes que somos junto a todas las cosas una divina y cósmica realidad, pues acabas sintiendo una especie de conexión y afección por todas las cosas. ¿Y qué hemos dicho que son todas las cosas? Lo que llamamos Dios.



Cojan aire, ya nos bajamos de este tren de pensamientos.



Esto es lo que yo entiendo acerca del amor que tienen los religiosos hacia la que sienten como su divinidad. ¡Ojo! Mi interpretación. Empaticé con ellos pues también me sale ese amor de dentro. El de amar la existencia tal cual es. Llegas a amar, porque amar es eso, sentir una conexión más allá de uno mismo hacia algo o alguien. Amor es etimológicamente el resultado de las caricias de una madre en su hijo, y me parece muy acertado y bonito, claro.

¡Pero entonces! ¿Qué diferencia hay entre este amor y el amor que uno tiene por su pareja, por ejemplo, o por un hermano?

Creo que, para concluir estas cuestiones, el “amor” se siente diferente por la naturaleza de las cosas a las que nos sentimos conectados. Así el amor a Dios nos conecta a la realidad en sí misma pero no a las cosas a título individual, en otras palabras, quien quiere a Dios ama la existencia de las cosas en sí pero no a las cosas en sí. Ama a algo por ser parte de la existencia no por el algo en sí, uno se siente conectado a la realidad en la que ese algo está conectado, no se siente conectado al algo. Es un poco lioso, lo siento. Quien ama a su pareja, que este “amar” se usa peor que los abre-fácil pero en fin, quien ama a su pareja ama a algo, un individuo, por sí mismo. No nos sentimos conectados a la realidad en la que ese algo está conectado sino que nos sentimos directamente conectados a ese algo.

¿Entienden?

Y es por esto que decir “amo la pizza”, es un tanto burdo. No porque no puedas amarla, sino porque uno se siente conectado a la sensación que le produce la pizza. En otras palabras, quien ama la pizza no ama la pizza, se ama a sí mismo por la sensación que se produce a sí mismo al tocar una pizza. Y esto no te hace estar conectado a nada que esté fuera de ti. Es masturbar el amor.

Y quien dice “amo la pizza” por estas razones me parece tan burdo como quien dice “amo a mi pareja” por las sensaciones que una persona le produce o por los hechos que esa persona haya realizado para con uno mismo. Porque al final ese uno que ama, no está conectado a la cosa que dice que ama, sino que se ama a sí mismo y no ve más allá de sus narices.



¡Y hasta aquí!