sábado, 23 de enero de 2016

Cosicas culturales entre Occidente y Oriente

                Cuando el ser humano es consciente de sí mismo y comprende cómo transmitir los conocimientos de toda una vida de generación en generación comienza la cultura y con ella la religión, es decir, un sentimiento de maravilla hacia la existencia y la realidad.
Este sentimiento más tarde se define, se domina y se dirige para unos objetivos y otros. Hubo pueblos que usaron la religión para tener control sobre su sociedad, quien la usó para superar el arte, quien la usó para dar calma a su espíritu. Tantas respuestas como seres humanos ha habido.
Pero, ¿cuándo ocurre esto?

La teoría antropológica más extendida nos cuenta que ocurre a través del crimen, el crimen original del que beben todas las culturas. El crimen de matar a un hermano.
Al rival opuesto, al reflejo de uno mismo. Cuando se comete el homicidio entre iguales es cuando el superviviente es consciente de lo que ha hecho y es este momento de reflexión el que genera las ideas, los miedos y los sentimientos metafísicos del hombre porque se enfrenta a algo que no acaba de comprender: La Muerte. Y de esta manera comienza a rendir culto a sus muertos, al muerto. Este sacrificio, este crimen da el origen al orden humano, es cuando uno grita y el resto calla para escuchar qué está pasando.
Y para que esto no vuelva a pasar se crea el rito, la repetición del crimen mediante la representación del mismo. Se recrea el momento de la sangre para no derramar sangre de más y así traer el orden una vez más. Y pasan generaciones y generaciones. La sangre y tripas se convierten en confeti y el chivo expiatorio en un tótem, en un muñeco o en un personaje extraño. Los ritos que tratan de imitar el momento originario se vuelven cada vez más vagos, un teléfono escacharrado a través del tiempo. ¡Lo cual es alarmante pues sin rito se pierde el porqué del orden! Entonces comienza el mito.
El mito es la historia, la leyenda, que justifica el rito. El “porqué hacemos esto”. El mito no sabe de qué habla y el rito no entiende qué hace. Lo cual resumen bastante bien la caótica dirección humana.

¡Bien! Pues con estas pequeñas nociones podemos comenzar a hablar de las formas que estos mitos han tomado en el mundo.
La geografía de esta gran gota de agua que es el planeta Tierra ha dado dos principales corrientes de pensamiento a lo largo de milenios: Occidente y Oriente. Y las diferencias de éstos radican, tienen como raíz, sus mitos. Y es que los mitos, que no saben de qué hablan, dan forma al mundo pues son los porqués de lo que hacemos y hacemos lo que nuestra cultura, hecha de mitos y ritos, nos han enseñado a hacer. Y por lo que hacemos somos quienes somos. Es por ello que nuestra identidad coincide con los mitos que nos han construido.

A través del tiempo el individuo de Occidente y el individuo de Oriente han tenido diferentes experiencias vitales a pesar de ser ambos un saco de agua hecho de los mismos materiales y las mismas posibilidades.

El individuo de Occidente por lo general siempre ha sido más ambicioso, creció con grandes epopeyas y épicas. Aventuras maravillosas que prometían gloria y fortuna, honor y maravilla. Aventuras que él, si era tan valiente como Ícaro, tan fuerte como Thor, tan resistente como Cú Chulain, podría vivir y superar. ¡Qué habrá más allá del horizonte!
Hasta el judeocristianismo el individuo occidental era un ser belicoso con ganas de llegar más lejos que sus padres. Su vehemencia le impulsaba hasta nuevos horizontes y su camino estaba escrito en las estrellas y en el destino. La filosofía judeocristiana liberó sus actos, se hizo dueño de sus propias pisadas. Esto hizo que el paso de la niñez a la madurez no sólo trajese consigo la responsabilidad para con su comunidad sino que se le exigía ser creativo e innovador. Es decir, ser algo que la tierra nunca antes había visto.

Por otro lado el individuo de Oriente, acorde a sus cómodos climas, se hizo armonioso y buscaba la no perturbación de su existencia. Su experiencia vital se tornó pacífica y en busca de la perfecta organización vital. Sus mitos hablaban del regalo de la vida, de cómo los dioses habían logrado todo esto y como todo esto por tanto era sagrado y mejor no tocarlo. El individuo oriental tiene un destino, y ese destino está grabado en los códices que los creadores del mundo dejaron, su misión ya está prescrita y ahora sólo tiene que seguirla.
Se le pide ocupar el orden que le toca y si no le gusta no se preocupa porque tras la muerte tendrá otra oportunidad. Así el mundo se torna estable, un sistema imperturbable que pide al individuo que cuando se vaya deje todo como estaba.
Desde Japón a India a China a Oceanía.

¿Qué tienen en común estas dos culturas aparentemente opuestas?

La experiencia que sufren ambos individuos es traumática y es la misma. Y es traumática por el hecho de que todo en este mundo supera al individuo, desde una montaña, a la fotosíntesis, a la lluvia, a otro individuo. Logramos calmar nuestra existencia gracias a las respuestas que nuestra cultura da a la multitud de preguntas que nos surgen a medida que vivimos.
¿Qué es un trueno? ¿De dónde venimos? ¿Por qué un río crece o decrece en su caudal? ¿Por qué se mueven las estrellas? ¿Qué es la luz brillante que hay a veces en el cielo que ilumina toda la tierra que veo? ¿Qué soy? ¿Quién soy? ¡¿Qué es todo esto?!
Como todos somos igual de “idiotas” y maravillados por nuestra existencia, otros han dejado las respuestas que han encontrado para que nosotros podamos dar respuesta a aquellas preguntas que aún ningún antepasado nuestro ha respondido.
Entonces, naturalmente, esas respuestas nos dan claves para responder nosotros a aquellas preguntas para que las que no encontramos respuesta. ¡Y esa clave depende de los abuelos que tengas! Pero el método es el mismo.

Por simplificarlo, el oriental y el occidental se comen la misma existencia pero cada uno le pone una salsa diferente.
Es por esto que las diferencias que se encuentran, aunque significativas en la vida de cada uno, los sueños de cada uno, las aspiraciones, lenguajes, filosofías, comidas de cada uno son simplemente consecuentes de las respuestas que han encontrado en sus antepasados. Pero su existencia, esencialmente es la misma. Y así igual que unos macarrones con salsa curry y pimentón no se parecen en nada, aparentemente, a unos macarrones con chorizo y tomate ambos son platos de macarrones, y para ambos hay que cocer la pasta para luego echarle la salsa. Lo mismo pasa con el individuo oriental y el individuo occidental.
¿Qué diferencias hay por tanto en su experiencia vital humana? Todas las del mundo, aunque son diferencias de forma no de esencia. Difieren en la concepción de qué espacio ocupan en el mundo pues el occidental ha de innovarlo y el oriental armonizarse con el que ya hay pero ambos buscan ocupar un lugar en el mundo. Difieren en su filosofía, mientras que el occidental busca respuestas sin parar desechando, dudando o cuestionando las anteriormente dadas, el oriental busca el camino para dar las respuestas que anteriormente se dieron pues dar otras sería equivocarse, pero ambos buscan dar respuestas. Difieren en cómo ven el horizonte, el occidental ve algo que cruzar y el oriental algo que defender, pero a ambos les preocupa.
Y así con absolutamente todo.

Sus diferencias y similitudes son por tanto cuestión de lo que su cultura hace de ellos más que del individuo en sí mismo. Y lo que crea su cultura es lo que sus individuos hacen de ella. Y es este círculo lo que mueve el mundo hacia futuros inciertos que, sin duda, serán la mar de interesantes para ambos individuos.


ÚLTIMOS PENSAMIENTOS

                Estas realizaciones están bien, pero ¿dónde nos deja todo esto hoy? ¿Qué hacemos con ellas? ¿Nos ayudan a comprender el mundo hoy?

Sostengo que sí, y más que nunca. Como dijo Joseph Campbell los horizontes que separaban a Oriente y Occidente han caído y la cultura ha comenzado hace décadas a comportarse como una corriente de convección tratando de templarse.
Occidente y Oriente chocan, beben el uno del otro, se gritan, se cierran, se abren. Hay una tormenta cultural contradictoria importante pero maravillosa y creo que de eso va el posmodernismo. De reconocernos todos globales y humanos, esa es nuestra vanguardia, tomar todas las culturas como herramientas a nuestro al alcance con las que poder manchar el mundo con nuestras intenciones. Para bien, mal o regular.
Y sí, una vez más, es muy posible que los mitos dejen de entender qué es lo que los ritos representaban pero también es muy posible que la cultura de la información y la comunicación no deje que nada se pierda, no deje que nada se malentienda pues todos estamos atentos y activos para con nuestra comunidad y esa comunidad es más grande de lo que un ser humano puede concebir. ¡Y está formada de orientales y occidentales!

El mejor escenario es aquel en el que los seres humanos globalmente en los otros seres humanos. Donde la experiencia vital de cada uno sólo es tintada de unos colores u otros pero la esencia está intacta y es la misma.
Aún creo que nos queda un gran trecho hasta ese momento. Quedan muchos rechazos, quedan muchos golpes y gritos. Pero es probable que en las próximas décadas una nueva cultura con lo mejor de cada una nazca por el progreso armónico del ser humano. ¡La probabilidad existe! Pero hemos de ir con pies de plomo.

Vivimos uno de los momentos más interesantes que la humanidad ha vivido y tenemos una oportunidad de que salga bien. De ser más que un destello en la eternidad del espacio, tenemos la oportunidad de ser una llama inapagable que recuerde al vacío del cosmos que una voz ha surgido. Que los hermanos ya no luchan, que ya no hay que sacrificar más al fuego. Y a pesar de las muertes, los gritos y el terror que acechan nuestro mundo, no es nada comparado con todo lo que hemos pasado hasta este punto. Este punto donde una chica india puede convivir con un judío, un australiano y un sudafricano en un piso en Norteamérica. ¡¿No es increíble?!

Si eso es probable, ¿por qué no va a ser probable que, por una vez, chicos y chicas, por una vez nos llevemos todos bien?