sábado, 17 de octubre de 2020

Caldo de cocido

Mi hija entra, oye qué haces. El cocido, le digo, ¿hoy hay cocido? Esta es tonta. Si te lo dije ayer. Hoy era el día. Ah, bueno, estuve cosiendo toda la tarde y no me enteré, ¿nos queda té? ¿Y pastas? Tendremos que merendar luego, digo yo. Sí, sí, ¿y la pequeña? Vendrá luego, está con su padre. No le echaré de menos, ¿sabes? Y tú sabes que tiene que estar a veces con su padre también. Bueno, bueno, pero ¿vendrá a comer? Claro, tranquila, ya sabes cómo son estas cosas. 

Aún recuerdo tu cara la primera vez que me viste despellejando un conejo. En la ciudad no te enseñaron eso. La abuela da miedo, la abuela da miedo. Con sus cebollas y sus ajos, sus libros viejos y su ojo torcido. Jugabas, jugabas con tu caballo de madera, el que era de tu madre y fuiste al patio a trotar. Era la hora de amanecer, la hora a la que hacemos nuestras cosas, pronto, antes de que empiece el día. El conejo al revés, el rojo brillante, la piel arrugada, la abuela tenebrosa y la niña que se queda quieta, mirando, fascinada, antes de romper a llorar. 

Cree que su madre no hace esas cosas. Ya tendrá tiempo de aprender. Recuerdo cuando éramos tres, la yaya nos enseñó bien a mi hija y a mí. 

¿Ya estamos las tres? Sí, mamá. Bien, bien. Esto va a estar riquísimo, ¡por fin! Las tres solas. ¿Le echaste laurel? ¿Cómo le vas a echar laurel al cocido? 

–¿Qué es el cocido? 

¿Cómo no le has dicho qué es un cocido a tu hija? Ay, mamá, déjame, soy la buena no la que cuenta cosas, ese es tu trabajo. 

–¿En qué trabajas, abuela?

Lo sabrás más tarde o más temprano, pequeñita, ahora a comer. Pero cuéntale al menos cómo se come. 

–¿No se come como se come lo demás? 

El cocido es especial, y es muy especial para esta familia. Comemos sopita con garbanzos, con carne y con verduritas cocidas. 

–¿Y cómo lo has hecho? Parece un montón de comida.

Primero hay que encontrar una fecha especial, como un cumpleaños o un domingo o un día que tengamos mucha hambre. Después hay que conseguir los ingredientes necesarios, sobre todo huesos y carnes que ya no necesitemos. También hay que traer lo que nos dé la tierra, que para algo vivimos en ella. Hacemos un caldo. 

–¿Cómo se hace un caldo? 

Bueno, pues cogemos todo eso que ya no necesitamos, lo limpiamos un poquito, y lo echamos en un perolo con agua. Y entonces, a cocer, a fuego lento. Así el caldo sabe más. 

–¡Huala! ¡Además es muchísimo! 

Teníamos mucho que echarle. La abuela ha estado toda la mañana troceando cartílagos y partiendo huesos. También usamos la sangre y los higadillos, a veces los ojos si queremos ver mejor.

–Puaj, ¿no te da asco? 

Los huesos y la carne son parte del mundo, pequeñaja. Yo también era como tú a tu edad. Y tu madre también. Pero por eso hacemos estas comidas, para celebrar y para compartir. Ahora calla y comételo todo. Cómete los garbanzos, cómete la carne, cómete las patatas y bébete el caldo. No te dejes nada, hija. No te dejes nada. 

–¡Está muy rico! 

¿Verdad? Y con esto tenemos comida para un par de días, sí. ¿Dónde está papá? Me pregunta la pequeñaja. 


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